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El Guardián del Inframundo: Xoloitzcuintle, el Místico Perro Azteca del Más Allá

Por Jhovanee Monge

En la vasta cosmovisión de las culturas prehispánicas, ningún animal ocupó un lugar tan sagrado y enigmático como el Xoloitzcuintle. Su sola presencia evocaba respeto y misterio, pues no se trataba únicamente de un perro, sino de un mensajero divino y guardián de las almas. Para los antiguos pueblos mesoamericanos, este ser sin pelo, de mirada profunda y carácter noble, era el elegido por los dioses para cumplir una misión trascendental: acompañar a los muertos en su viaje hacia el Mictlán, el inframundo mexica.

Un compañero milenario

El Xoloitzcuintle, cuyo nombre proviene del dios mexica Xólotl (hermano gemelo de Quetzalcóatl) y de la palabra itzcuintli (perro), cuenta con más de 3,000 años de historia. Restos de esta raza han sido hallados en tumbas de culturas como los olmecas, toltecas, mayas y mexicas, lo que confirma su importancia ritual y funeraria.

En las creencias mexicas, se decía que al morir, el alma debía recorrer nueve niveles del Mictlán, enfrentando ríos, montañas y obstáculos antes de llegar al descanso eterno. Pero nadie podía lograrlo solo. Era el Xoloitzcuintle quien guiaba al difunto, ayudándolo a cruzar el río Apanohuacalhuia, llevando su espíritu hasta el encuentro con Mictlantecuhtli, el señor del inframundo. Por ello, en muchos entierros prehispánicos se sacrificaban perros Xoloitzcuintle para que acompañaran a sus amos en el más allá.

El perro de los dioses

El dios Xólotl, asociado con el ocaso, el relámpago y las transformaciones, fue quien entregó este perro sagrado a los hombres. Según el mito, el Xoloitzcuintle fue creado a partir de un hueso de maíz robado por Quetzalcóatl del inframundo, al que Xólotl insufló vida para convertirse en el guardián de los humanos. Desde entonces, se le atribuyó un origen divino, dotado de poderes para proteger, sanar y purificar.

Incluso se creía que su piel desnuda tenía propiedades medicinales, al transmitir calor y aliviar dolores musculares o reumáticos. En los hogares mexicas, más allá de ser guardianes, eran considerados miembros de la familia y parte de los rituales de salud y espiritualidad.

De la cosmovisión al arte

Con la llegada de los españoles, esta raza estuvo al borde de la extinción, pues fue perseguida tanto por sus vínculos con ritos paganos como por ser aprovechada como alimento. Sin embargo, su legado sobrevivió y llegó hasta nuestros días como símbolo de resistencia cultural.

En el siglo XX, artistas como Frida Kahlo y Diego Rivera volvieron a colocarlo en el centro de la identidad mexicana. Frida, en particular, amaba profundamente a sus Xoloitzcuintles y los retrató en varias de sus obras y fotografías en la Casa Azul. Para ella, estos perros no solo eran compañía, sino también guardianes espirituales en los momentos más difíciles de su vida.

El símbolo que resurge

Hoy en día, aunque aún poco común en México, el Xoloitzcuintle es reconocido como un Patrimonio Cultural y Simbólico de la Nación. Representa la conexión entre el México antiguo y el contemporáneo, recordándonos la riqueza de nuestras raíces y la importancia de la inclusión de lo ancestral en la vida moderna.

Su aspecto peculiar —piel sin pelo, orejas erguidas y mirada serena— sigue fascinando tanto a criadores como a amantes de lo místico. El Xoloitzcuintle no es un perro cualquiera: es un sobreviviente de la historia, un emblema vivo de la espiritualidad prehispánica y un recordatorio de que la vida y la muerte son parte de un mismo camino, custodiado por este noble guardián.

Un legado que debemos proteger

Cada vez es menos frecuente ver un Xoloitzcuintle en México, pese a ser una de las razas más antiguas del continente. Su preservación no solo es un acto de amor hacia los animales, sino también un deber histórico y cultural.

En cada mirada de un Xoloitzcuintle se esconde la sabiduría ancestral, el misterio de los dioses y la fuerza de un legado que se niega a desaparecer. Quizá por eso, más que un perro, los pueblos antiguos lo consideraban un puente entre mundos: el terrenal y el espiritual.

Porque el Xoloitzcuintle no es solo un símbolo del pasado, es también un guardián del presente, un recordatorio de nuestras raíces y un compañero eterno que, según la tradición, nos esperará fielmente para guiarnos en el último viaje hacia el más allá

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