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EL MERCADO Y EL ESTADO

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El mercado, en sentido geográfico o figurado, es el espacio en el que interactúan compradores y vendedores, o igualmente dicho, demandantes y oferentes. Por eso, en una economía de mercado, como en  la mayoría de las que existen en el mundo, es el mercado el que determina los productos o servicios que habrán de intercambiarse, el volumen y  el nivel de los precios. Pero en virtud de que el mercado no es perfecto, se hace necesaria la intervención del Estado para regular o desregular las interacciones que se generan entre todos los individuos.
No existe en el mundo ninguna economía en la que el Estado no intervenga, ni sociedad en la que predomine exclusivamente la mano del mercado.  Incluso, en lo que fueron las economías socialistas, el Estado mantuvo la regulación extrema del mercado.
Aunque teóricamente, se argumenta que la mano invisible del el mercado se encarga de regular y asignar los recursos económicos entre los individuos; la realidad es que, en una economía de mercado, aquello que no sea rentable para las empresas o para los individuos tendrá poco atractivo en las relaciones de intercambio.
En ese sentido, la intervención del Estado en la economía es fundamental para reducir las desigualdades, la concentración de recursos o la escasez de productos o servicios entre los distintos sectores de la población. Así pues, el Estado, sea en países pobres o ricos, juega un papel fundamental en la distribución de recursos, en la dotación de servicios o de productos que el mercado omite proporcionar.
Por eso, muchos de los programas sociales que impulsa el Estado, mediante el diseño de política públicas  o  mediante acciones de gobierno, buscan aminorar o resolver las imperfecciones del mercado; sobre todo en aquellos países donde la acción del mercado es mucho más pobre o limitada para atender los niveles de la oferta o la demanda de bienes y servicios.
Por eso, en muchos países, sobre todo en las economías más pobres, el Estado se ha convertido en un instrumento de hacer política electorera; pues indistintamente de los partidos políticos o los gobiernos, se desarrollan una multiplicidad de programas coyunturales o estructurales que, a la vez que buscan paliar las desigualdades o compensar las inequidades, favorecen las preferencias electorales.
Aunque nadie niega la necesidad de apoyar a los ancianos, a las madres solteras o a otros grupos vulnerables, la realidad es que estos programas  no resuelven los rezagos estructurales de demanda de empleo o de sistemas de jubilaciones y pensiones, transporte, educación o salud.  Aunque el Estado proporciona, igualmente servicios de transporte público colectivo, se requiere de una política de estatización y abaratamiento de precios para impactar más directamente en los niveles relativos de ingreso.
Si bien es cierto que las becas a estudiantes y  apoyos en especie a los niños de educación básica (mochilas, útiles, uniformes, etc.) son esenciales; en realidad se requiere también de programas de empleo y mejoramiento de las remuneraciones en los centros de trabajo para elevar la capacidad de ingreso de las familias para lograr una mayor autosuficiencia familiar y depender menos de la mano bondadosa del Estado.
Aunque moralmente todos tendríamos que estar obligados a resolver las injusticias del mercado; la realidad es que el verdadero deber del Estado no es sólo atender providentemente las necesidades del mercado, sino resolver a más largo plazo las necesidades estructurales que a lo largo de los años se han venido acumulando. De lo contrario, cada vez tendremos que pagar más impuestos y tener más endeudamiento para poder mantener un Estado altamente providente, pero irracionalmente deficiente.
Jueves 19 de febrero 2015
 
 

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