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El triunfo de Trump y los límites de la globalización

Javier Orozco Alvarado
Con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos comienza una nueva era para  la globalización. Pero la globalización, más que un fenómeno mundial, es un concepto que comenzó a emplearse hace poco más de treinta años por economistas, sociólogos, políticos, comunicólogos y todos aquellos profesionistas y gente en general, que buscaban explicar la dinámica y las consecuencias que traería consigo el cambio de un modelo de desarrollo económico sustentado en el proteccionismo a otro caracterizado por la libre competencia.
La tan cacareada globalización fue simplemente una serie de manifestaciones económicas, sociales, políticas, tecnológicas y ambientales que acompañaron al proceso de liberalización de la economía mundial, que inició hace más de cuarenta años. Fundamentalmente porque a partir de la primera crisis petrolera de 1973 el sistema económico mundial emprendió un nuevo proceso de acumulación basado en el liberalismo económico, al que no pocos bautizaron como “globalización”.
La realidad es que, a lo largo de por lo menos quinientos años, la economía mundial o la mayoría de los países en el mundo se han conducido, bien bajo un esquema proteccionista o bien bajo un sistema liberalista.  Tanto la historia económica como la mayoría de los economistas, desde los clásicos hasta nuestros días, han demostrado que existen ciclos económicos que tienen un relativo periodo de duración.  De ahí la Teoría de los Ciclos del economista ruso Nicolái Kondrátiev, quien a principios del siglo XX, al igual que John Maynard Keynes y Joseph Schumpeter, coincidían en que el sistema económico tiene ondas de crecimiento, de expansión y decrecimiento.
Al respecto, Kondrátiev, hablaba de la existencia de ondas largas de crecimiento, las que podrían tener una duración de entre 45-60 años como consecuencia de los cambios económicos y tecnológicos, lo que conducía a la redefinición del trabajo y del papel de los actores sociales.
Desde esa perspectiva, se observa a nivel mundial que ni todos los países han sido totalmente proteccionista ni todos son ahora completamente liberalista; es más, existe una especie de traslapamiento entre uno y otro modelo de desarrollo. Tan es así que, con la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1957 y la Unión económica y Monetaria Europea (UEME) en 1992, se creó uno de los más grandes bloques comerciales que, a la vez que abogaba al interior por el libre comercio, hacia afuera se convirtió en la más grande fortaleza proteccionista.
Algo similar sucede con el bloque de países que firmaron en 1994 el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que a la vez que promueven el liberalismo hacia afuera, instrumentan prácticas proteccionistas hacia adentro. Sobre todo porque nuestro principal vecino impide la movilidad de la mano de obra, obstaculiza selectivamente el libre flujo de mercancías y ahora pretende frenar la movilidad de capitales y de inversiones hacia México, Canadá y el resto del mundo.
Lo cierto es que con el Brexit y la llegada de Trump a la presidencia del país más poderoso del mundo, lo más seguro es que tanto la Gran Bretaña como los Estados Unidos iniciarán el retorno gradual al modelo económico proteccionista; pues de acuerdo a la teoría de los ciclos, el modelo económico liberalista entró en un proceso de agotamiento a causa de la ineficiencia de las clases dirigentes, las inequidades y el hartazgo social.
Fundamentalmente porque la “globalización” o liberalización económica propició en muchos países del mundo el incremento de la pobreza, el crecimiento del desempleo, el aumento de la corrupción, la concentración de la riqueza, la expansión del narcotráfico, la generalización de la inseguridad y la violencia, la degradación ambiental, la antidemocracia y muchos otros males más de nuestros tiempos.    En primer lugar, porque el libre flujo de mercancías estimuló el comercio de armas y estupefacientes; la libre movilidad de inversiones provocó la salida de empresas a países con bajo costo de mano de obra y con escasa reglamentación ambiental. En segundo lugar, porque la libre movilidad de capitales influyó en el aumento de la corrupción y la posibilidad de invertir en paraísos fiscales o activos en cualquier parte del mundo (tenemos el ejemplo de México, España, Brasil, Guatemala, el Salvador, etc., etcétera.). En otros casos, la libre movilidad transfronteriza de personas favoreció el aumento del terrorismo, sobre todo en Europa.
Aunque será un tránsito lento pasar del liberalismo al proteccionismo, hay que tomar en cuenta que dos de las más importantes potencias en el mundo han comenzado a cuestionar el modelo de desarrollo basado en la “globalización” y tienen como propósito resurgir económicamente ante el mundo. Es, digamos, el momento de la inflexión en el que la economía mundial volverá a reorientar el rumbo, pasar de la libre competencia al proteccionismo; de la anarquía de la economía al nacionalismo económico.

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