Turismo

Hospedaje no hotelero: ni negro ni blanco

Desafíos frente al modelo tradicional del hospedaje.

Por Lic Javier Ruiz Hermoso

En las últimas décadas, el alojamiento turístico ha pasado de depender exclusivamente de hoteles a integrar una gran oferta extra hotelera. Plataformas como Airbnb y otro tipo de rentas vacacionales han ganado terreno, ofreciendo tanto ventajas como desafíos frente al modelo tradicional del hospedaje.

Pero esto ocurre en una coyuntura en la que todo el modelo económico mundial está evolucionando, en la que la revolución digital cobra un protagonismo cada vez más notable y en la que cada actividad pela sus propias batallas. La hotelería plan europeo o se resiste o incorpora el all inclusive, el time share o ambos. Hay hoteles que también tienen villas o departamentos y que mueven el inventario indistintamente a través de diferentes canales de promoción y comercialización; y en medio de ello, emergen las rentas vacacionales de corto y mediano plazo y sus diferentes plataformas de ventas como AirBnb, Vrbo, Booking o Expedia, entre otros. Y luego emergen opciones como Kindred en la que el hospedaje se convierte en co – vida.

 

A nivel público emerge entonces una discusión sobre quién de ellos genera los impactos negativos. Unos afirman que los otros tienen huéspedes cautivos y evitan la derrama económica en el destino; los otros dicen que aquellos son obsoletos; ambos señalan que los demás causan gentrificación, son una competencia desleal y que no hay piso parejo. Así llevamos años, y poco más o poco menos, todos tienen parte de razón.

 

Pero si tomamos perspectiva de las cosas, la situación es mucho más compleja que eso. Hay un proceso de relocalización de la economía y del desarrollo local.

 

En la Ciudad de México, por ejemplo, en 2024 la actividad de AirBnb generó más de 22,000 millones de pesos beneficiando a más de 46,000 personas en sectores como transporte, alimentos y comercio local.

 

Un análisis del IMPLAN en 2023 destacó que por cada dólar gastado en renta vacacional, se generan 3 dólares adicionales en la economía local de CDMX contribuyendo aproximadamente con 878 millones de dólares y sosteniendo más de 63,000 empleos.

 

También perdemos de vista que tras la Pandemia, las rentas vacacionales ofrecieron más opciones seguras y privadas, y las estancias de menos de 7 días pasaron de ser el 80% a solo el 30% de las reservas permitiendo, entre otras cosas, que el turismo doméstico se sostuviera durante las restricciones de viaje, especialmente en áreas menos desarrolladas.

 

Pero en contraste, estudios globales han encontrado que un aumento del 10% en anuncios de alquiler vacacional incrementa la renta un 0.42% y el precio de la vivienda un 0.76%. Esto es lo que acelera la gentrificación y reduce la oferta residencial disponible.

 

Por su parte, grandes hoteles sobre todo en regiones costeras consumen entre 3 a 4 veces más agua que los habitantes locales; generan grandes volúmenes de residuos sólidos; algunos excluyen el gasto de los turistas que se quedan dentro del hotel toda la estancia, generan alta concentración de la oferta de hospedaje, y se enfocan (algunos) en estancias estandarizadas con poca personalización.

 

Sin embargo y a pesar de todo, también todos los modelos de hospedaje tienen impactos positivos. La hotelería aporta seguridad laboral estable, altos estándares de calidad y contribución fiscal clara; además de concentrar inversiones que impulsan la infraestructura turística en grandes destinos. Las rentas vacacionales permiten derramar gasto turístico hacia colonias, barrios y Pueblos Mágicos, democratizan el hospedaje, y favorecen a pequeños propietarios que encuentran en este modelo un ingreso alternativo.

 

ONU Turismo, por ejemplo, recomienda equilibrar la expansión del modelo colaborativo con medidas que aseguren el acceso a la vivienda, la sostenibilidad urbana y la equidad fiscal.

 

En esta batalla del hospedaje no hay negros y blancos. Todas las modalidades aportan al desarrollo turístico y a la economía local, pero también generan retos que deben atenderse con políticas públicas, acciones y estrategias privadas bien diseñadas.

 

Lo que está en juego no solo es la elección de dónde hospedarse, sino el futuro de nuestras ciudades y comunidades. Un turismo sostenible debe garantizar que los beneficios se distribuyan lo más equitativamente posible, sin sacrificar la calidad de vida de los habitantes ni el patrimonio urbano.

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