LA REFORMA ENERGÉTICA Y LOS COSTOS DEL LIBRE COMERCIO
Javier Orozco Alvarado. Es doctor en Economía Internacional y Desarrollo Económico, Ex rector del CUC y Vicepresidente de Estudios para el Desarrollo de la Costa Norte, de la Fundación Colosio, Jalisco.
La recientemente aprobada Reforma Energética, ha desatado una impresionante polémica frente a los partidos de oposición, por las implicaciones económicas, positivas o no, que esta puede traer para México en los próximos años.
Mantener una postura personal frente a esta realidad es muy complejo, puesto que es una decisión basada en la voluntad de las mayorías representadas en las cámaras de diputados y senadores; porque nadie podrá negar que fuimos los electores quienes decidimos con nuestro voto poner a nuestros representantes, a quienes en su momento tendrían que tomar decisiones en nombre de todos los mexicanos.
Estas reforma, al igual que la hacendaria, la educativa y de telecomunicaciones, van a ser muy dolorosas, así como lo fueron la reforma al 27 Constitucional, la privatización de TELMEX, de Ferrocarriles Nacionales de México (FNM); pero son medidas que estaban contempladas desde el inicio de las negociaciones para la incorporación de México al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Los mexicanos, al igual que nuestros gobiernos, sabemos que aspirar al primer mundo tiene sus costos y sus implicaciones. El libre mercado es libertad de empresa, es libertad para tomar decisiones individuales, es libertad de comercio, de inversiones y de movilidad de capitales. Los acuerdos comerciales o acuerdos arancelarios, como el que tiene México con Estados Unidos y Canadá, obligan a los países participantes a reducir a cero las barreras arancelarias y no arancelaria, así como todas aquellas obstrucciones al libre flujo de mercancías, inversiones y capitales; simplemente estamos cumpliendo con las reglas del juego que nosotros mismos aceptamos al firmar el acuerdo.
Naturalmente que, a algunos mexicanos, sobre todo a los economistas, nos da cierto terror entender que el mercado no tiene corazón, ni cerebro, ni compasión; la empresa privada va a ganar, no a hacer caridad. Ya lo hemos vivido con los monopolios privados TELMEX-TELCEL, con los descarrilamiento y deterioro de lo que fue la paraestatal de FNM o con la privatización de la tierra y el empobrecimiento del campo.
Qué bueno que nuestra última esperanza para salir de la pobreza sea el petróleo, porque, a mi entender, es uno de los últimos recursos del patrimonio histórico de los mexicanos y si no lo aprovechamos vamos a seguir hundiéndonos más en la miseria, el desempleo, la inseguridad y el desánimo colectivo. La decisión del Congreso, sobre todo en materia de reforma petrolera, es una decisión histórica, porque de ella habrá de depender el futuro de todos los mexicanos.
Al igual que las demás reformas, la energética, no es producto del capricho del presidente, sino de los compromisos que los mexicanos hemos contraído con el entorno mundial; estas decisiones históricas, como son históricas las reformas que han emprendido otros países como Cuba, que también abrió su sector petrolero a la exploración o, como Argentina, cuya reciente reforma petrolera se orientó a la nacionalización del petróleo, que estaba en manos de la española Repsol y la brasileña Petrobras, responden a sus propias realidades.
Con esto, hay que entender que la historia y la política tiene sus ciclos; hay épocas en que mientras unos nacionalizan otros privatizan, mientras unos crecen otros decrecen o, simplemente, mientras unos ganan otros pierden.
Por muchos años, nosotros celebramos el 18 de marzo como el de la nacionalización del petróleo; a partir de ahora tendremos que celebrar el 12 de diciembre como el día de la privatización del petróleo, porque ahora si habrá inversiones y flujos de capital. Bien que mal, ahora tendremos una nueva esperanza; que esta vez sí se traduzca esta reforma en crecimiento económico, eficiencia, bajos precios, mucho empleo y prosperidad para todos.