LA COMPETITIVIDAD DE LAS CIUDADES TURÍSTICAS
Javier Orozco Alvarado
Desde hace algunas décadas el turismo en nuestro país se ha venido posicionando como una actividad que contribuye de manera importante al crecimiento económico nacional. En los países más avanzados se ha constituido en el elemento central del desarrollo, fundamentalmente porque les ha permitido lograr no sólo un mayor crecimiento económico sino también un mejoramiento en sus estándares en bienestar y de calidad de vida.
El punto es que las grandes potencias turísticas como Estados Unidos, Francia, España o Italia siguen dominando los mercados turísticos internacionales, gracias a que han conservado o porque han mejorado sus niveles de competitividad. Y es que sólo a partir del conocimiento sobre el desarrollo de la actividad turística en general y el de los destinos turísticos, en particular, se pueden instrumentar acciones que permitan involucrar a los actores locales, aprovechar el capital humano y los recursos naturales desde una perspectiva coherente con el principio de la sustentabilidad. Sobre todo si consideramos que ahora la competitividad de los bienes y servicios está en función del grado de sustentabilidad.
En general la noción estándar de competitividad, parte del principio de su medición en términos del éxito económico; sin embargo, en su acepción moderna, se debe medir también a partir de los impactos que las actividades tienen sobre el bienestar, la calidad de vida y el desarrollo local. Desde esa perspectiva, el equipo de investigadores conformado por Patricia Núñez, Pablo Sandoval y quien escribe, consideramos que el desarrollo sustentable es un factor de competitividad que, desde una perspectiva multidimensional, debe tomar en cuenta aspectos como: a) la sustentabilidad económica; b) la sustentabilidad ecológica y; c) la sustentabilidad social.
En ese sentido, la competitividad de un destino se mide en función de su capacidad de atracción de turistas, de inversiones y actividades diversas. Por eso, las ciudades más competitivas son las ciudades que cuentan con un mayor número de universidades, de instituciones educativas, de infraestructura recreativa y cultural, de equipamiento, de su oferta de productos y de servicios, de sus estructuras de gobierno eficientes, modernas, transparentes y democráticas. Todo ello hace más eficiente, más accesible, más humana y de mejor calidad la oferta de bienes y servicios.
Por ello, un modelo económico-turístico para ser competitivo, tendría que contemplar por lo menos cuatro dimensiones básicas: la dimensión ambiental, económica, social y cultural y política. La ambiental, por la importancia del aprovechamiento adecuado de los recursos naturales en el mediano y largo plazo. La Económica, por su vinculación con la creación, acumulación y distribución de riqueza. La Social y cultural, por referencia con la calidad de vida, la equidad y la integración social. La Política, por la importancia en la gobernabilidad e institucionalidad del territorio y la definición proyectos colectivos y sustentados en las necesidades de los actores locales.
En ese sentido, tanto la sustentabilidad ecológica como la sustentabilidad social, son componentes importantes para la competitividad de las regiones, las ciudades y el entorno local; pues el desarrollo intersectorial a nivel local tiene un efecto multiplicador sobre otras ramas productivas en la región, sobre todo porque la llegada de turistas en volúmenes considerables repercute en un incremento de las necesidades de otros bienes y servicios, lo que propicia un proceso en cadena, que hace que se desarrollen otros sectores productivos, generando así un circulo virtuoso entre crecimiento, eficiencia y competitividad.